Primeros maestros argentinos en la época colonial

Ya habían pasado quince años desde que el conquistador Juan Torres de Vera y Aragón había fundado la ciudad a la que -sin modestia alguna- bautizó Vera de las Siete Corrientes, cuando otro adelantado, Diego Martínez de Irala, le propuso al Cabildo fundar una escuela. Así fue como en 1603 Corrientes se aventuró con la primer aula y designó al primer maestro sobre lo que después sería suelo argentino. Don Ambrosio de Acosta debió haber sentido un nudo en la garganta, cuando lo dignificaron con tan extraño honor. Es que de Acosta era criollo, nacido en Santa Fe, a diferencia de lo que ocurría con las pocas experiencias habidas en América hasta entonces. Todos los instructores eran españoles y religiosos. Pero además era laico. Aunque seguramente jamás se detuvo a reflexionar sobre el asunto, estaba inaugurando una tradición de casi 400 años de escuela pública laica.

El maestro Acosta tenía además un buen pasar económico gracias a haber estado más de una vez en el lugar apropiado. En 1580 había sido uno de los primeros pobladores de Buenos Aires al lado de Juan de Garay. Por eso recibió algunas tierras para explotar con cultivos de frutales. Ocho años más tarde también estuvo en la fundación de Corrientes con Torres de Vera -que acababa de salir de la cárcel por haberse casado sin permiso del rey con la hija de otro adelantado para poder heredarlo-. En esa oportunidad Acosta también recibió su terrenito pero también se benefició con una encomienda, es decir, la mano de obra indígena que necesitaba para el trabajo. Pero Ambrosio de Acosta contaba con un prestigio adicional: había sido educado en Asunción, lo que constituía un extraño privilegio en una sociedad eminentemente rural donde la cultura predominante era oral y demostraba poco interés por la cultura letrada. Con todos esos antecedentes lo nombraron en el cargo. Y aunque en un primer momento rechazó tal responsabilidad -una verdadera carga pública- finalmente aceptó. Muy poco más se sabe de Ambrosio. También se desempeñó como escribano público en Corrientes y regidor en el Cabildo. La falta de información se debe a que los documentos de la época son muy escuetos. Ni siquiera se conoce la cantidad de alumnos que tenía, ni el salón donde funcionaba la escuela, ni la frecuencia con que Acosta dictaba sus clases, explica el especialista en historia de la educación Rafael Gagliano. Es que las resoluciones del Cabildo vinculadas con temas de educación tenían una escasa relevancia frente a otras cuestiones imperiosas que tenían que ver con la supervivencia, como la seguridad y el abastecimiento de las ciudades, agrega el especialista. Lo que sí se conoce es que los estudiantes eran niños varones blancos, ya que no podían asistir a clases negros, indios, mestizos o mujeres, todos ellos considerados seres inferiores y que despertaban dudas acerca de su humanidad. Mucho menos existían los planes de estudio. Sólo se enseñaba a contar, leer y escribir. Otra de las características que señala Gagliano de aquellos primeros pasos de la instrucción es que si bien era pública no era gratuita. Cada uno de los rubros de la enseñanza tenía un arancel establecido. Y normalmente los docentes podían cobrar por cada una de las enseñanzas o por los logros obtenidos por los niños que instruían.

En el siglo XVII la enseñanza pasa a ser tarea de los religiosos y los conventos se transforman en escuelas. De ese modo: franciscanos, jesuitas, mercedarios y dominicanos por igual llevan adelante la tarea de mejorar la formación y el comportamiento de los ciudadanos (también conocida como tarea civilizadora).
Por ejemplo, a comienzos de ese siglo, por la enseñanza de lectura los padres tenían que pagarle al maestro 4 reales, y 6 por la escritura. En esa época el Cabildo de Buenos Aires autorizó a que se pagara tanto en metálico como con frutos de la tierra, es decir, harina, cueros, sebo, trigo o ganado. Y Buenos Aires también tuvo su primer maestro autorizado por el Cabildo. También laico y criollo como su par de Corrientes. Algunos historiadores señalan que Francisco de Vitoria dictó clases por primera vez en 1605. Aunque las coincidencias con Acosta terminan ahí porque, cuando le fue ofrecido ese puesto, Vitoria era un desocupado más. Como le ocurría a tantos otros en esa aldea que era Buenos Aires.

Francisco de Vitoria primer maestro argentino autorizado a ejercer la docencia por el Cabildo.

En un manuscrito que legó a la historia el doctor Saturnino Segurola, consta que el 1º de agosto de 1605 el ciudadano FRANCISCO VINIORA, pidió al Cabildo de Buenos Aires que se le admitiese como maestro de escuela y ofrecía enseñar a leer por un peso y a escribir y contar, por dos pesos. El historiador ZINNY asegura que dicho maestro, era en realidad FRANCISCO DE VICTORIA y que había presentado su ofrecimiento en 1601.
Tres años después, el 28 de julio de 1608, atento a no haber sufíciente número de niños para enseñar, VINIORA dejó de enseñar y el Cabildo nombró a un nuevo preceptor. Se llamaba Felipe Arias de Mansilla y se le asignó un sueldo de cuatro pesos y medio anuales, para que enseñase a leer y nueve pesos para enseñar a escribir.
Esa pequeña escuela fue el primer paso que se dio para instruír al pueblo, la primera chispa que debía convertirse en luz, con la presencia de los jesuitas, hasta que después de la expulsión que éstos sufrieron el 2 de julio de 1767, por iniciativa del virrey VÉRTIZ, se fundara la Universidad.

Biblioteca Nacional De Maestros De La República Argentina:

Es fundamental destacar que con Francisco de Vitoria, la historia de nuestra educación echó sus bases de cultura en el Río de la Plata, maestros como Vitoria, Sarmiento, Almafuerte, Pizzurno, Estrada, Mercante y Rosario Vera Peñaloza entre muchos otros, honran la tradición de la escuela argentina.

Fotografía: Año 1605, la Santísima trinidad y Puerto de Santa María de Buenos Aires, en la ciudad fundada por Garay, 
cuando Don Francisco Vitoria comenzó a dar clases, los vecinos no llegaban al centenar y trabajaban para su crecimiento.

En este contexto, el 1º de agosto de 1605, el pionero de la educación le ofrece al Cabildo sus servicios como maestro de las primeras letras. En su solicitud aclara que si le ofrecían casa y justa retribución se ocuparía de impartir a los niños los conocimientos básicos.

Don Francisco de Vitoria fijó sus aranceles de la siguiente forma:

«Un peso mensual por la enseñanza de la lectura y dos pesos por la de la escritura y cuentas».

Sus condiciones fueron aceptadas y así se convirtió en el primer maestro argentino de los niños que con el tiempo conformarían la culta y pujante ciudad de Buenos Aires.

En el siglo XVII la enseñanza pasa a ser tarea de los religiosos y los conventos se transforman en escuelas. De ese modo: franciscanos, jesuitas, mercedarios y dominicanos por igual llevan adelante la tarea de mejorar la formación y el comportamiento de los ciudadanos (también conocida como tarea civilizadora).

La historia muestra que la adjudicación mencionada al principio, sobre el título de “primer maestro argentino” no es tan simple.

Dado que se encontró el antecedente de Diego Rodríguez quien según, R. P. Guillermo Furlong, fue el primero en ejercer la docencia como se menciona en el folio del Archivo del Tribunal de Buenos Aires. Por lo cual podemos concluir que Francisco de Vitoria es el segundo maestro conocido y el primero anotado en las actas capitulares.

De este modo el tercer lugar, luego del debate anterior, es para Felipe Arias de Mansilla en 1608, quien antes de aceptar el cargo docente formuló algunas condiciones que el cuerpo capitular aceptó de inmediato. Testimonio que también se puede verificar en las páginas de Misteriosa Buenos Aires entre lo real y lo imaginario propuesto por Manuel Mujica Lainez.

Se encontró el antecedente de Diego Rodríguez quien según, Rvdo. Padre Guillermo Furlong (*), fue el primero en ejercer la docencia como se menciona en el folio del archivo del tribunal de Buenos Aires. Podemos concluir que Francisco de Vitoria es el segundo maestro conocido y el primero anotado en las actas capitulares.

(*)Guillermo Furlong Cardiff (Arroyo Seco, Provincia de Santa Fe, Argentina 1889 – Buenos Aires, Argentina 1974) fue un sacerdote jesuita e historiador argentino.

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