20 de septiembre ~ Día Nacional del Caballo
En 1925, Gato y Mancha, dos criollos de Don Emilio Solanet (médico veterinario), partieron para cumplir la gran odisea hípica de la historia: unir Buenos Aires con Nueva York. Se conmemora por Ley 25125 desde el año 1999 el Día Nacional del Caballo.
HONORABLE CONGRESO DE LA NACION ARGENTINA
CELEBRACIONES Ley 25.125 Desígnase el día 20 de setiembre de cada año como "Día Nacional del Caballo". Sancionada: Agosto 4 de 1999. Promulgada: Setiembre 6 de 1999.
El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. sancionan con fuerza de Ley:
ARTICULO 1º — Desígnase el día 20 de setiembre de cada año como «DIA NACIONAL DEL CABALLO», a los efectos de celebrar la presencia y relevancia con que éste acompañó a la organización histórica, económica y deportiva de la República Argentina.
ARTICULO 2º — Facúltase al Poder Ejecutivo nacional a los efectos de disponer que por intermedio de los Ministerios de Cultura y Educación, Defensa e Interior, se proceda a requerir a los establecimientos educativos primarios y secundarios como a las unidades militares del Arma de Caballería, Gendarmería Nacional y Policía Federal Argentina, realicen en el día instituido evocaciones alusivas al caballo y su significación en la República Argentina y se invite a todas las instituciones públicas y/o privadas que, por su fundamento tengan afinidad o relación con el caballo, hagan lo propio.
ARTICULO 3º — Comuníquese al Poder Ejecutivo.
DADA EN LA SALA DE SESIONES DEL CONGRESO ARGENTINO, EN BUENOS AIRES, A LOS CUATRO DIAS DEL MES DE AGOSTO DEL AÑO MIL NOVECIENTOS NOVENTA Y NUEVE.
— REGISTRADA BAJO EL NUMERO 25.125. —
ALBERTO R. PIERRI. — CARLOS F. RUCKAUF. — Esther H. Pereyra Arandía de Pérez Pardo. — Juan C. Oyarzun.
Gato y Mancha eran los caballos que hoy descansan en la estancia «El Cardal» junto a los restos del andariego profesor extranjero que los llevó por horizontes lejanos a la Argentina. Son un símbolo de la entrega y la fidelidad del caballo a las causas nobles que hicieron historia.
Aimé Félix Tschiffely, el jinete suizo, salió de Buenos Aires a Nueva York a caballo, tramo que realizó en poco más de tres años.
Don Emilio Solanet, dueño de los famosos caballos Gato y Mancha, nació en 1887 y falleció en 1979. En la Estancia El Cardal, ubicada en la localidad de Ayacucho, supo de la existencia de caballadas criollas intactas en poder de caciques tehuelches del Chubut y partió en su búsqueda.
En el año 1922, luego de mucho trabajo, presentó a la Sociedad Rural Argentina un standard para la raza criolla y fue aceptado.
Fundó la Asociación Argentina de Criadores de Caballos Criollos en el año 1923.
¿Que si don Emilio entregó a sus caballos así nomás? Nada de eso, antes de ceder a Gato y Mancha, Solanet puso a prueba a Tschiffely: lo hizo recorrer varios kilómetros de día y de noche, bajo la lluvia y el sol. Y parece que no lo defraudó…
Solanet adquirió los caballos del Cacique Liempichín de Chubut. El profesor suizo Aimé Félix Tschiiffely fue quién realizó el viaje, partiendo el 23 de abril (día de San Jorge, patrono de la Caballería) del año 1925. Salen de la plaza Intendente Seeber, vecina a la Sociedad Rural Argentina, con rumbo al norte. A esa fecha, Gato tenía 16 años, era un bayo gateado que había sido domesticado rápidamente y Mancha un overo rosado, de 15 años, más arisco y con todas las características de un perro guardián.
En su trayecto lograron romper dos records Guinness mundiales: el de mayor distancia recorrida a caballo (21.500km) y el de mayor altura a caballo (5.900 msnm en el Paso El Cóndor, Bolivia). Sufrieron todos los extremos, desde 18° bajo cero hasta 52° a la sombra (Huarmey), zonas tropicales, cruces a la cordillera, desiertos, pastos buenos y malos, falta de agua. Luego de 3 años y 4 meses de travesía, llegaron a la ciudad de Nueva York, donde los recibieron con un efusivo homenaje el 20 de septiembre de 1928. Tschiffely demostró la resistencia de los caballos criollos y mostraron al mundo lo que son capaces de dar los hijos de esta tierra.
Gato murió el 17 de febrero de 1944, a los 35 años de edad. Mancha fallece el día de navidad de 1947, a los 37 años. Aimé Tschiffely se fue a vivir a Europa , falleciendo en Londres el día 05 de enero de 1954, a los 59 años; sus cenizas son traídas a Buenos Aires el día 13 de noviembre de ese mismo año, siendo depositadas en el cementerio de La Recoleta. En el año 1998 fueron llevadas a la Estancia El Cardal ( Ayacucho-Prov. Bs. As), donde descansan, JUNTOS, los tres amigos.
Los enterraron en El Cardal. Por indicación de Solanet, un taxidermista rescató sus cueros y ambos caballos, sus cuerpos, hoy embalsamados, pueden visitarse en el Museo de Transportes del Complejo Museográfico Provincial Enrique Udaondo, en la ciudad de Luján, Provincia de Buenos Aires. Ofreciéndose tal vez, como guardianes para los peregrinos. Su hazaña es conocida en el mundo entero y su espíritu de sacrificio vive en cada uno de nuestros criollos.
Orígenes:
El caballo es originariamente americano pero alrededor del 10.000 AC se extinguió en nuestro continente, habiendo ya migrado a Asia, Europa y África. La raza criolla es descendiente del caballo ibérico berberisco y del árabe.
El caballo en América
Según el Diccionario de la Real Academia Española, “criollo” viene a significar “Nacido en los antiguos territorios españoles de América”.
En el segundo viaje de Cristóbal Colón se completó un ciclo histórico, porque volvieron a galopar en nuestras tierras los caballos.
En 1535 Don Pedro de Mendoza fundó el Puerto de Nuestra Señora Santa María del Buen Ayre. En ese pequeño puerto dejó casi un centenar de caballos y yeguas. Eran caballos enteros, a la usanza española que no acostumbraba montar castrados.
Grande fue la sorpresa de Don Juan de Garay en la segunda fundación de (esta vez) la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Miles de caballos salvajes, habitaban la zona. Caballos criollos nacidos de caballos españoles.
El caballo criollo
Sus principales características son la agilidad, rusticidad, nobleza, aguante, mansedumbre e inteligencia. Características que no vienen solas, ni son fruto del hombre precisamente…
Estos caballos que encontró Juan de Garay fueron producto de una perfecta selección natural pues estando desatendidos, sólo sobrevivieron los más aptos, los que sobrellevaron heladas, calores, sequías y lograron escapar de predadores como los yaguaretés y los pumas.
El indio
El indio pronto entendió al caballo mejor que nadie. Araucanos, tehuelches, pampas y ranqueles aprendieron a montarlo y dominarlo como nadie, siendo uno con la bestia. Como centauros americanos, supieron domarlo de palabra y sin ejercerle violencia. Lo montaban a pelo, sin estribos ni riendas. Tan sagrado ha sido el caballo que aún hoy, tribus mapuches del sur durante el Camaruco (ceremonia sagrada heredada de los tehuelches) degüellan uno en sacrificio a la divinidad.
Mientras hubo hacienda en abundancia, el indio y el cristiano convivieron sin problemas. Pero cuando las vaquerías se hicieron mas difíciles, y los animales para el cuero escasearon, el indio comenzó a saquear y robar, mediante el uso del caballo en los malones. Sus armas fueron las boleadoras de dos bolas, la lanza y el caballo (el cual era usado como un arma de avasallamiento). La táctica del ataque en malón es la diversificación de la masa: estar en todos lados y en ninguno.
El criollo, héroe de la independencia
El caballo criollo fue usado por el Ejército Argentino desde sus inicios. Combatió en San Lorenzo, Salta y Tucumán. Cruzó a Chile para liberarlo y luego a Perú y a toda la Patria Grande.
El general Don José de San Martín llegó a decir “Estos diestros y maniobreros caballos que los españoles desconocen”.
Para el Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas, “…tenga VS siempre presente que los caballos son el primer elemento de triunfo en la guerra…”
La generación del ’80, dentro de la modernización general del estado, también actualizó las costumbres hípicas. Se comenzaron a realizar cruzas con razas caballares británicas y francesas. Se buscaron caballos pesados para tiro y artillería; mestizos elevados para caballería; razas de carrera para divertimento.
Aunque el Ejército dejó de ser equinomóvil en 1962, aún hoy, la Segunda Sección del Escuadrón Riobamba del Regimiento de Granaderos a Caballo está compuesta en su totalidad por caballos criollos, en su mayoría gateados.
Caballos de los próceres.
San Martín:
Pocos, o ninguno tal vez, de los jefes militares que tuvo nuestra nación han demostrado la atención que el Padre de la Patria prodigó a sus caballadas. Fue Don José Francisco de San Martín (1778-1850) quien introdujo a los albéitares en el cuidado de los equinos de su ejército y así llevó de Buenos Aires a Mendoza estos experimentados herradores cuando se preparó el cruce de los Andes.
Dicho esto, cabría esperar que el general tuviera uno o más caballos de su predilección que hubieran pasado a la historia junto con él. Sin embargo nunca hubo tal caballo mítico. Su personalidad sumamente austeras y consagrada por entero al servicio de las armas y de su patria, haciendo constante abstracción de sus bienes personales, ayudan a explicar la ausencia de ese fabuloso animal. Tampoco San Martín dejaba nada librado al azar ni cifraba sus estrategias en un afán cabalístico o en la suerte que podía depender de un sencillo cuadrúpedo.
Es por eso que apenas tenemos noticias de los montados de San Martín. La primera tiene que ver con su bautismo de fuego. En el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813) San Martín montaba “un arrogante caballo bayo de cola cortada al corvejón, militarmente enjaezado”. Este animal recibió una descarga de fusilería y una carga de cañón, de resultas de las que murió derribando a su jinete y atrapándolo con su inerte cuerpo, al punto que si no fuera por el arrojo de los granaderos Juan Bautista Baigorria (puntano) y Juan Bautista Cabral (correntino), en ese mismo lance habría sucumbido. El bayo era un regalo del señor Pablo Rodrigáñez.
El general Espejo cuenta que, estando en Mendoza, San Martín montaba un hermoso alazán tostado de cola recortada y tuse criollo. Ya en Rancagua, en los primeros meses de 1820 solía emplear un zaino negro coludo y de largas crines.
Después de su célebre conferencia con Bolívar en Guayaquil, le regaló uno de sus caballos de paso peruano, junto con un par de pistolas y una escopeta. El venezolano le entregó a, a cambio, uno de sus retratos.
Demás está decir que el legendario caballo blanco con el que habría cruzado los Andes no pasa de ser una alegoría –ayudada por la imaginaria litografía dedicada a los héroes- de lo que fue una hazaña. En aquella epopeya San Martín montó, como el resto de su ejército, una mula.49
49 La figura del caballo blanco no sólo realza la imagen del héroe sino que simboliza la libertad. Con este simbolismo se halla en el escudo de Venezuela.
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Belgrano:
En nuestra historia muchos son los héroes pero pocos los próceres. Uno de ellos, sin lugar a dudas, fue el abogado Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano (1770-1820). Hombre ilustrado, la experiencia vivida durante las invasiones inglesas torció su vocación hacia las armas y allí tuvo sinsabores y éxitos que jalonaron su última década de existencia.
El creador de nuestra bandera no era un caudillo ni un hombre de a caballo por lo que no fue acompañado por una monta en particular. En la batalla de Tucumán, librada el 24 de septiembre de 1812, cabalgaba “un mansísimo caballo rosillo, de paso, que acostumbraba montar habitualmente. Con sorpresa de todos, al primer cañonazo de nuestra línea se asustó, y dio en tierra con el General. La noticia de la caída se propagó con notable rapidez por toda nuestra formación, y al principio se temió que fuese efecto de alguna bala u otro accidente parecido; mas luego se supo el verdadero motivo. La caída parecía de mal agüero, pero no tuvo resultas desagradables y luego se olvidó. Pudo decir: “Campo de batalla, te tengo”.
A su entrada en la villa imperial de Potosí fue recibido por el cabildo local con gran ceremonia. El rico minero José Diego de Ardiles fue el encargado de entregarle, como presente del ayuntamiento, un magnífico caballo árabe con herraduras y tornillos de oro, bridas y arreos enchapados y montura de terciopelo carmesí recamado y flecado de oro.
Estando a mediados de 1813 en la misma ciudad fue visitado por el cacique Cumbia, quien se hacía llamar General y era sumamente respetado porque tenía bajo su mando multitud de indígenas del Chaco. Belgrano lo recibió presentándole “un caballo blanco ricamente enjaezado y con herraduras de plata, desfilando ambos por en medio del ejército formado”. No es el primer caballo blanco que aparece en la historia del general por lo que en este caso, a diferencia de San Martín, seguramente sí existió uno o más corceles de este pelaje que recibieron la atención y el favor del prócer.
Después de la derrota de Ayohuma (14 de noviembre de 1813), Belgrano se retiró de la ciudad de Potosí en el lomo de una mula, animal preferido para las labores de aquellas latitudes.
Gracias al recuerdo de Gregorio Aráoz de La Madrid sabemos de la existencia de otro caballo de Belgrano. Era un magnífico tordillo blanco que le regaló al sargento de Tambo Nuevo, Mariano Gómez. Este valiente patriota recibió el presente del general la jornada anterior a la batalla de Ayohuma.
El joven, de apenas 19 años, en su corta trayectoria militar llevó el caballo a todas sus misiones, tal era el orgullo que sentía por su posesión. Esta devoción también fue causa de su perdición. Sus continuos actos de arrojo sobre tal animal lo distinguieron entre sus enemigos y fue así que habiendo realizado unas victoriosas excursiones sobre los realistas cercanos a Humahuaca, una vez entrado a este pueblo fue delatado por una cochabambina y fácilmente reconocido por sus perseguidores. Gómez fue fusilado en Humahuaca no sin antes despreciar varios ofrecimientos del Coronel Castro para que cambiase de bando. A todos los requerimientos del realista, Gómez respondió: “Entréguenme mis armas y lárguenme en medio de este cuadro, ¿qué temen de un hombre solo? Así les hará conocer cuán imposible es que Gómez les sirva contra su patria” .
Haremos dos observaciones respecto de este incidente. La primera es que difícilmente se podía forjar una leyenda sobre algún caballo de Belgrano pues el general era sumamente humilde y reacio a la acumulación de bienes, siendo constantes sus gestos de desprendimiento. En la retirada de la derrota de Vilcapugio, desensilló y destinó su caballo de batalla para uno de los tantos heridos que había dejado la lucha, cargando él mismo a pie el fusil de dicho combatiente.
La segunda tiene que ver con el pelaje del animal como una manera de identificar al jinete, lo que también queda demostrado por un pasaje donde La Madrid relata un episodio de la batalla de Oncativo. Buscando a Facundo, el guerrero unitario les pregunta a dos soldados de la escolta del riojano dónde estaba su jefe y ellos le señalan al este una partida, como de doce hombres, que corrían escapando. “¿En qué caballo va?” les interroga, a lo que ellos responden que en un castaño overo. Si bien La Madrid comprobó rápidamente que esto fue un engaño, la respuesta indica que el color era un rápido sistema de identificación.
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Lavalle:
El general Juan Galo de Lavalle (1797-1841), héroe de las guerras de la independencia y reconocido jefe de las fuerzas unitarias tenía un caballo que era conocido como “el Blanco”.
Cuando Lavalle decidió regresar al país en 1839 para terminar con el gobierno de Rosas, sufrió sucesivos reveses militares hasta su derrota total en Famaillá (Tucumán) frente a las fuerzas del general oriental Manuel Oribe (1792-1857) quien comandaba los ejércitos rosistas. Fue entonces que emprendió su retirada hacia Bolivia y fue muerto en una casa de la ciudad de Jujuy.
El Blanco aparece en el famoso cuadro “La conducción del cadáver de Lavalle en la quebrada de Humahuaca” del pintor uruguayo Nicanor Blanes (1857-1895). En la pintura, que retrata la peregrinación de un grupo de leales amigos del general llevando su cuerpo hacia Potosí para evitar su profanación, se lo observa como un bayo ruano mientras que Juan Andrés del Campo cabalga sobre otro bayo pero de cabos negros, Ezequiel Ramos Mejía sobre un gateado, Alejandro Danel monta otro bayo y el coronel Pedernera un bayo blanco. Sobre el lomo del Blanco iba –desde Jujuy- el cadáver del general envuelto en la bandera celeste y blanca. Desde Huacalera se conservaron únicamente sus huesos descarnados y corazón.
Una vez en Potosí, Félix Frías, que no se sentía seguro en esa plaza “llevó al Blanco a Chile, con la espada del héroe y le confió a ambos a aquella amiga de los argentinos, Doña Emilia Herrera de Toro, la samaritana del Mapocho. Fue la misma que salvó la vida a Roque Sáenz Peña, el argentino que cayera prisionero en la guerra chileno-peruana, por ser oficial del Perú. Doña Emilia impidió por minutos que lo fusilaran. En cuanto al Blanco, terminó sus días en El Águila, un fundo de su familia”.
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La Madrid:
Pocos hombres de nuestro pasado han sido tan volubles como Gregorio Aráoz de La Madrid (1795-1857), pero pocos son también los que han demostrado tanta valentía. El destino quiso que no llegara a completar su preparación intelectual para la cual asomaba como una mente bien dispuesta. Sí fue en cambio un valeroso guerrero que acompañó a sus subordinados con la guitarra, vidalitas y cielitos, aunque no siempre con una adecuada estrategia.
No llegó a la categoría de caudillo por más que seguramente su afán fue el convertirse en uno de ellos. Igualmente nos ha dejado en sus Memorias el recuerdo de muchos de sus caballos o el de otros fletes que tuvo oportunidad de admirar.
Comencemos con la batalla de Tucumán en la que cabalgaba un soberbio lobuno que tuvo que ceder a José María Paz por pedido de éste a Diego González Balcarce (1784-1816).
En la retirada de Ayohuma cabalgaba “un hermoso caballo tordillo” que según sus palabras, si bien era bueno “tenía el defecto de ser un poco sillón”. Pronto veremos que lo que el patriota consideró como un defecto terminó siendo una ventaja.
En ese tordillo cruzó el río Suipacha junto al sargento Mariano Gómez quien montaba un superior caballo de reserva que le había dejado el mayor general Díaz Vélez (1790-1856), primo de La Madrid. El par de equinos era tan magnífico que el propio La Madrid le hizo el siguiente comentario al sargento: “Qué dirían nuestros enemigos si observasen estos hermosos caballos, juzgarían sin duda que toda mi partida está bien montada”. Apenas terminó de decir esto cerró sus espuelas para probar la rienda, pero cuando se hallaba en lo mejor de la prueba advirtió que unos cincuenta realistas de caballería estaban tras ellos. Comenzó entonces una huída en la que tuvo la desgracia de que se le desprendiera la cincha “y viendo que ya las jergas iban a salírseme por las ancas, las agarré con una mano juntamente con una maleta en la que llevaba una muda de ropa y lo eché todo por delante. Como el caballo era sillón me valió mucho para que el recado quedase a fuerza de apretar las piernas”.
Cuando en diciembre de 1814 se hizo cargo del ejército del Norte el general José Rondeau (1773-1844) le ocurrió a La Madrid un incidente que es demostrativo de la corta vida de los fletes de combate. En una escaramuza con las líneas enemigas su caballo recibió un balazo y cayó muerto. La Madrid salvó su apero y gracias a la acción de uno de sus dragones que acudió en su ayuda pudo huir sano y salvo.
No pasó mucho tiempo hasta que otro de sus montados sufrió idéntica suerte. Fue en el combate de Culpina en el que su caballo recibió cinco balazos y tres bayonetazos que lo tendieron muerto. Una de las heridas de bayoneta le había interesado la tabla del cuello lo que produjo una abundante hemorragia que manchó la casaca de La Madrid haciendo confundir a sus ayudantes sobre una posible herida del militar. Fue el sargento Bracamonte quien más tarde pudo recuperar la montura habiéndolo logrado con amenazas a sus poseedores de que La Madrid los perseguiría hasta Lima. No obstante, los estribos de plata que adornaban el recado no aparecieron.
Nuevamente sufre la muerte de su caballo en la batalla del Tala frente a las fuerzas de Facundo Quiroga. Esta vez fueron incontables las balas que atravesaron su pecho volteándolo. Aún así el animal logró incorporarse, pero cuando La Madrid volvió a subirse, ya no pudo moverse. Fue en este lance que La Madrid quedó tendido en la lid y, dado por muerto, su cuerpo fue desnudado. Había recibido quince heridas de sable, once de ellas en la cabeza, y un bayonetazo en la paletilla junto al cual había un tiro dado para remate final.
En la batalla de La Ciudadela montó un moro del que refiere que era “el moro más superior que he montado en mi vida”. De esa batalla logró salvar cuatro hermosos caballos con los que llegó a Bolivia y uno de ellos se lo regaló al vicepresidente de ese país, José Miguel Velazco.
Fuente: revista Veterinaria Argentina
Pelajes del caballo en Argentina:
- Abayado (con reflejos bayos)
- Acebrunado (negro con reflejos cebrunos)
- Alazán (rojo crines y cola de cualquier color, excepto negro)
- Alazán barroso (rojo amarillento incluso cola y crines)
- Alazán carbonero ( rojo oscuro tirando a negruzco, cola y crine oscuras, no negras)
- Alazán claro (rojo pálido, incluso cola y crines)
- Alazán cobrizo (rojo castaño con cola y crines blanco amarillentas)
- Alazán dorado (rojo dorado brillante, cola y crines oscuras, no negras)
- Alazán negro (rojo oscuro tirando a negruzco con cola y crines grises y oscuras entremezcladas
- Alazán quemado (rojo castaño, pero con cola y crines similar al anterior)
- Alazán tostado (similar al anterior pero con cola y crines blanco amarillentas)
- Arrosillado (alazán tostado o colorado con reflejos rosillos)
- Azabache (negro lustroso)
- Azafranado (blanco con reflejos bayos)
- Azulejo Blanco con reflejos azulados, coloración producida por la mezcla de pelos blancos y negros)
- Barroso (negro y gris con algunos pelos colorados)
- Bayo (blanco amarillento)
- Bayo acemita ( color de afrecho)
- Bayo naranjero ( color anaranjado)
- Bayo blanco (bayo muy claro )
- Bayo dorado (amarillo dorado brillante)
- Bayo encerado (color a cera de abejas)
- Bocifuego (negro con algo rojizo)
- Cebruno (color similar al ciervo europeo)
- Cenizo (color ceniza)
- Colorado (color entre la cereza y el de la castaña)
- Congo (negro)
- Doradillo (color avellana claro)
- Dorado (con reflejos de oro)
- Entrecano (negro con pelos blancos)
- Entrepelado (color indeterminado)
- Isabelo (blanco amarillento con crines y cola de otro color pero no negro)
- Lobuno (color parecido al lobo)
- Lobuno majo (lobuno claro)
- Alobunado (pizarra mate)
- Pizarra (variedad del moro plateado)
- Porcelano (blanco con débiles reflejos azulados)
- Formado por mezcla de pelos blancos o grises con otros de color rojizo)
- Ruano (mezcla de pelos rojizos y blancos o grises
- Tordillo (moro oscuro con pelos blancos o grises)
- Tordillo blanco (tordillo que dominan los pelos blancos)
- Tordillo negro (predominan los pelos negros)
- Tordo vinoso (derivado del zaino)
- Zaino (castaño, del matiz de una castaña)
- Zaino negro (castaño muy oscuro)
Caballos Famosos
«La Patria grande se hizo de a caballo» dice el refrán y son muchos los caballos que hicieron historia, tanto de personajes famosos de todo el mundo como de nuestra República Argentina.
Entre nuestros paisanos, existieron numerosos caballos muy veloces y sorprendentes, pero la mayoría era conocido por su pelaje, por ej.:
Moro: de Facundo Quiroga (a quien León Benarós dedica unos versos en: «El moro de Quiroga»).
Oscuro: del General Urquiza.
Bayo-blanco: del General San Martín.
Rosillo: del General Belgrano.
Tordillo: del General Lamadrid.
Bayo: del General Paz.
Blanco: del General Lavalle.
* Otros caballos famosos:
Caballo de Troya: aunque no fue de carne y hueso este enorme animal llevó en su vientre a Ulises y sus soldados para tomar Troya.
Pegaso: de Zeus, dios griego. Se dice que nació del chorro de sangre que brotó cuando Perseo cortó la cabeza de Medusa. Era del tipo «sículo», cruce del ario y del persa, de color blanco.
Janto: de Aquiles: negro y de pura sangre persa. Hacía dupla con Balio, el otro caballo que Peleo, padre de Aquiles, recibió de regalo.
Bucéfalo: de Alejandro Magno. Era negro azabache y una estrella blanca en la frente con forma de cabeza de buey, justamente el significado de su nombre. Se dice que era un indómito animal que temía a su propia sombra, al que Alejandro logró domar, ante la admiración de todos.
Strategos: de Aníbal. En griego significa: General. Era un negro azabache traído de Tesalia (quizá para imitar a su ídolo Alejandro Magno)
Incitatus: de Calígula. Este caballo se cree era de origen hispano y el emperador romano lo nombró senador.
Genitor: de Julio César. Se dice que le puso este nombre en recuerdo de su padre muerto. Génitor significa credor, padre o reproductor.
Babieca: del Cid campeador. Desde la muerte de su amo, nunca más fue montado… y murió a los 40 años (más de 100 años para un humano). Era blanco y aparentemente de raza andaluz.
Marengo: de Napoleón Bonaparte. Tordillo de raza árabe. Fue el más importante de los caballos del general, quien tuvo 130. Marengo recibió múltiples heridas en guerra y murió a los 38 años en Inglaterra. Su esqueleto fue llevado al National Army Museum de Sandhurt.
Rocinante: el otrora rocín del Quijote de la mancha es uno de los caballos más famosos. Don Quijote lo consideraba superior a Babieca y a Bucéfalo.
Ruccio: el burro de Sancho Panza, no tan famoso por su nombre, como por su figura.
Przewalski: caballos salvajes de Chernobyl (Takhi).
Tornado: el azabache caballo de El Zorro, y también: Fantasma, el caballo blanco usado esporádicamente en la serie.
Pamperito: del indio Patoruzito.
Perdigón: Toy Story 2.
Plata: «Llanero solitario».
Khartoum: «El Padrino»
Artax: «La historia interminable»
Sombra Gris: «El Señor de los Anillos»
«Spirit: el corcel indomable»
Hidalgo: «Océanos de Fuego»
Brego: «El Señor de los Anillos»
Pilgrim:«El hombre que susurraba a los caballos»
Kantaka: el caballo de Sidharta Gautama, Buda.
Lazlos: fue el primer caballo de Mahoma. Fue con el que hizo su primera peregrinación a La Meca. Mahoma era un apasionado de los caballos, de allí su dicho: «el diablo jamás osará entrar en una tienda habitada por un caballo árabe».
Fadda: la mula blanca de Mahoma.
El Moro de Quiroga
León Benarós
Quiroga tenía un moro,
animal de linda estampa,
fortachón, de pecho abierto
y de sangre vivaracha.
Era de buenos ollares
y altazo de riño nada.
De justa luz bajo el cuerpo
y de vista como brasa.
Siete cuartas generosas
levantaría de alzada.
(Pongamos tres dedos más,
proporción de buena casta).
Coscojero y braceador
y de ley acreditada,
a cien leguas de La Rioja
no admitía comparancia.
Puro músculo la cruz
y medio fino de cañas,
de tan blandito de boca
la intención adivinaba.
Tenía los morros negros
como de noche cerrada.
Las ranillas y los vasos,
ya de negros relumbraban.
La cara era pura sombra,
y una negrura tamaña
como hasta el segundo nudo
de los remos le alcanzaba.
¡Y qué decir de la cola,
si ni el cuervo tendrá el ala
con ese fulgor retinto
de moro de tanta estampa!
En un manto gris parejo
el pelaje le brillaba,
más al filo del verano,
cuando iba entrando en mudanza.
De puro voraceador,
el general lo aperaba
un poco al uso llanista
y otro al que se le antojaba.
Un par de estribos chilenos
iba luciendo con ganas.
Eran de los de baúl,
con labraduras bizarras.
Más fiestero que un domingo,
empezando por las matras,
un recado de mi flor
calidad le acreditaba.
El sobrepuesto, del lujo
ya era cosa temeraria.
Le reventaban claveles
en las esquinas bordadas.
Flete con un Potosí
en riendas y cabezadas,
se mostraba regalón
de ir refucilando plata,
pues era plata el fiador,
con más antojos que dama,
y plata los pasadores
y las virolas de plata.
Quiroga llevó la muerte
en la punta de su lanza.
Tanto cantaba una flor
como lucía una daga.
Cóndores y bolivianos
a una sota le apostaba
como se largaba al monte,
metiendo miedo a las ánimas.
Fue varón de tres pasiones:
puñal, amor y baraja.
Como otras tantas culebras,
le devoraban el alma.
Por ser de quien era, el flete
se merecía por marca
una «M» como de muerte
con una flor enlazada.
Era pingo de respeto,
de condición ponderada.
Onzas y soles orondos
se confiaban a sus patas.
Amagándole la espuela,
ya se moría de ganas
y en un galope limpito,
las leguas se trajinaba.
Apenas desensillado
-puro relincho y pujanza en
unas carreras locas,
las crines le tremolaban.
Hacía sonar las coscojas
con una inquietud tamaña.
A cruzados y trabados
les corría con ventaja.
Animalito aparente,
era de virtudes raras
y medio facultativo
en cuestión de adivinanzas.
Unos lo tenían por brujo
y otros por pingo de cábala,
desde que en toda ocasión
Quiroga lo consultaba.
No hubo caso ni suceso
que el moro no adivinara:
lo mismo anunciaba triunfos
que otra suerte de las armas.
Nadie lo enfrenó después
del revés de La Tab1ada,
y ni al mismo general
dejó que se le sentara.
(Quiroga no lo montó
en esa ocasión contraria,
y el moro era de opinión
de no presentar batalla).
De halago, se lo prestó
a ese otro varón de entraña,
López -don Estanislao que
Santa Fe gobernaba.
Tanto se le aficionó
que dio en ponerle su marca,
haciéndolo de su silla
para ocasiones de gala.
Vaya a saber en qué montes
entregó -si tuvo- el alma,
como que siendo tan brujo,
no sería cosa extraña.
Se habrá echado a bien morir
en unas blanduras pampas,
él, que tenía el cuero duro,
hecho a jarillas y zarzas.
Le obedecería aún
la cabeza levantada.
Los ojos, como parados
de mirar a la distancia.
Se le habrá representado
un entrevero de lanzas,
un paisano barba crespa,
algunas tierras sin agua…
¡Quién sabe si se repite
moro de tanta ventaja!
No se le supo la cría,
pero con lo dicho, basta…
José Hernández en su célebre libro Martín Fierro:
Por vigilarlo no come
ni aún el sueño concilia;
sólo en esto no hay desidia;
de noche, le asiguro,
para tenerlo seguro
le hace un cerco la familia.
En el caballo de un pampa
no hay peligro de rodar,
!jué pucha! y pa disparar
es pingo que no se cansa;
con proligidá lo amansa
sin dejarlo corcobiar.
Jamás le sacude un golpe
porque lo trata al bagual
con paciencia sin igual;
al domarlo no le pega,
hasta que al fin se le entrega
ya dócil el animal.
De los Caballos de La Patria
(Ayrala – Curbelo)
El caballo que ha llegado
con Don Pedro de Mendoza
sobre ésta pampa grandiosa
luego se ha multiplicado.
Traía un zaino colorado
que cuando desembarcó
junto al Riachuelo montó,
y pienso que fue el primero,
que resollando el Pampero
estas praderas cruzó
En el suelo Paraguayo,
cuando Artigas se moría
«traigan mi moro!», decía
«quiero morir de a caballo!».
Argentinos y Uruguayos
ya conocen el porqué
hay que estribar con mas fé
cuando ya el final se advierte
que a un buen gaucho, ni la muerte
debe encontrarlo de a pie!
A caballo por Suipacha
con los gauchos de Balcarce
que amagando replegarse
volvieron de punta y hacha.
Con esos criollos sin tacha,
que al alerta del clarín
desde el lejano confín
en un galope nos llegan,
va el tostao de Santos Vega
y el blanco de San Martín.
En el galope o el tranco,
el paseo o el sacrificio,
el Palomo de Aparicio
tuvo alas de poncho blanco,
y en el centro y en el flanco
de las pampas solariegas,
se toparon en refriegas
para el mal o para el bien,
el oscuro de Pincén
con los blancos de Villegas.
Un moro de buena laya
montó Guemes, y al comienzo,
un bayito en San Lorenzo
cayó bajo la metralla.
En la guardia, el monte talla
un colorao, sangre e’ toro;
y como diciendo: «atesoro
aquel corvo soberano»
va el rocillo de Belgrano
y Martín Fierro en su moro.
Y sin dejar nombre alguno,
porque el paisano sencillo
lo nombró por «el rocillo»,
«el gateao» o «el lobuno»,
«el pangaré» y «el cebruno»,
los ensilla la memoria
con un apero de gloria
y con las señas del pelo;
como el gaucho de este suelo
fueron sin nombre a la historia.
«Por una cabeza»
Carlos Romualdo Gardel / Alfredo Le Pera
Por una cabeza, de un noble potrillo
Que justo en la raya, afloja al llegar
Y que al regresar, parece decir
No olvides, hermano
Vos sabes, no hay que jugar
Por una cabeza, metejón de un día
De aquella coqueta y risueña mujer
Que al jurar sonriendo el amor que está mintiendo
Quema en una hoguera
Todo mi querer
Por una cabeza, todas las locuras
Su boca que besa
Borra la tristeza
Calma la amargura
Por una cabeza
Si ella me olvida
Qué importa perderme
Mil veces la vida
Para qué vivir
Cuántos desengaños, por una cabeza
Yo juré mil veces no vuelvo a insistir
Pero si un mirar me hiere al pasar
Su boca de fuego
Otra vez quiero besar
Basta de carreras, se acabo la timba
Un final reñido ya no vuelvo a ver
Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo
Yo me juego entero
Qué le voy a hacer
Por una cabeza, todas las locuras
Su boca que besa
Borra la tristeza
Calma la amargura
Por una cabeza
Si ella me olvida
Qué importa perderme
Mil veces la vida
Para qué vivir.
Refranes
Agarrate Catalina que vamos a galopiar: Agarrate fuerte que la cosa va en serio.
A todo galope: equivale a rápidamente.
Aflojarle las riendas: cuando se tiene a alguien muy esclavizado, es bueno darle un poco de libertad.
Aí nomás montó el picaso: significa enojo de una persona; también se dice: voy a montar el picaso, para hacer ver que se está por enojar.
A caballo regalado, no se le miran los dientes: la edad del caballo se aprecia por los dientes; por eso se dice que si un caballo es de regalo, no se miran los defectos.
Caballo de comisario: es sinónimo de protegido, que nadie le puede hacer nada; en las carreras siempre llegará primero.
En la cancha se ven los pingos: en la realidad es donde se conoce lo que sirve y lo que no sirve.
El último pal´estribo: costumbre muy campesina: arrimarle al hombre que se va, un mate, para que se lo tome de a caballo.
Echar la madrina por delante: significa iniciar una marcha, llevando la yegua madrina en la punta, a la que seguían los demás animales de la tropilla.
Estar con el pie en el estribo: encontrarse pronto para iniciar alguna cosa o estar por salir.
Le dieron duro y parejo: correr con todo sin claudicaciones.
Largar parado: largar la carrera sin partidas.
Largar el rollo: dijo todo lo que sabía.
No hay quien le pise el poncho: equivale a un hombre vivo que no se deja ganar.
No hay que dejarlo con la rienda floja: significa no confiar en una persona y dejarlo sin ningún control.
Perder los estribos: Enojarse y perder el control de los actos.
Petizo de los mandados: se aplica a esos hombres grandes que viven en los cascos de estancias o en los puestos, que sólo sirven para ir de un lado al otro con pequeños encargues, buscar proveedurías o traer las cartas de la estafeta.
Ser muy de a caballo: se aplica para los hombres gauchos y del campo. Es admirativo.
Ser pura parada, como caballo e´milico: frase de intención para significar que era pura pinta, como los caballos de la policía que no servían para nada.
Se lo dijo con pelos y señales: decir una cosa con todos los detalles imaginables; frase cuyo origen proviene de aquella época pasada, en que para localizar un potrillo, había que tener todos los datos necesarios, pelo, manchas y señales visibles.
¡Se vino de a pie el paisano!: cuando se llega a una casa o a un boliche montando un soberano pingo, los paisanos exclaman esta frase.
Se me bolió el potrillo: Los animales chúcaros, al ir bellaqueándose , se suelen echar con fuerza para atrás; si el jinete no es diestro, corre riesgo de ser aplastado por el bagual, pero siendo buen criollo hará como dice Martín Fierro: “Aunque el potro se boliase, no había gaucho que no parase, con el cabestro en la mano».
Tener a rienda corta: para evitar inconvenientes, tener a las personas bien controladas.
Yo no rispeto señores, estao, ni pelo, ni marca: frase muy común en las carreras de campo, donde un paisano alardea con su flete y pregona en machazo desafío que a él no le asusta ningún parejero mentao. Se usa asimismo para indicar que no piensa respetar a otra persona y que le dirá o le hará lo que se le venga en gana.
Ya caerá en la volteada: se emplea para designar a una persona que ha tomado muchas ínfulas, pese a que su situación es inestable. En la campaña se usa también para un yeguarizo chúcaro que pronto lo voltearán para marcarlo o ponerle los cueros.